miércoles, 13 de julio de 2011

La noche acompaña los pasos guiados por una linterna a media luz. Dos manos juntas, los dedos entrelazados y el recuerdo de un beso no muy lejano... Las estrellas sonríen.
No se atreve a mirarle. Y no sabe por qué; tal vez tiene miedo de darse cuenta de que el peor dolor es no poder compartir el dolor. Y para eso el tiempo nos les ha dejado tregua. No se atreve a mirarle pero lo hace, nota cosquillas en la espalda, sonríe y continúa.
Ya están llegando. Un beso de buenas noches y hasta mañana. Puede que mañana sea al último día o quién sabe, puede que se recuerden después de 365 noches al lado de otra persona.
Es necesario aprender a vivir en la espera y a indagar en los ojos de otro por mucho miedo que se tenga esperar una respuesta sin haber formulado ninguna pregunta. Buscar una mirada cómplice que ahuyente el miedo a pregunta. Y el miedo a saber.
Es necesario aprender a tejer una red de palabras sin pensar, solamente escribiendo con los dedos, sin pensar... sin pensar. ¿Y si no puedo?... tu puedes con todo. Tú puedes...
Y saborear los besos que le dieron y los besos que ella dio. Y aprender a dar media vuelta y alejarse de su recuerdo sin haberle recordado, alejarse de las palabra que no habían formulado y de los te quiero que no se había dicho.
Suspira y cierra los ojos, no pienses, joder, no pienses... Hazme caso, es mejor así.
Y dejar atrás las palabras que estuvieron ahí al lado dispuestas, contando el tiempo, marcando su día a día con cuentagotas. Y abandonarlas junto al recuerdo de el último te quiero dicho con sinceridad, en voz baja y desde lejos. Un te quiero a través de una llamada telefónica.
Es necesario aprender a cumplir una promesa por muy difícil que sea y por muy lejos que se esté.
Es necesario aprender a no pensar... Y no recordar. NO RECUERDES. Calla, no digas nada, ¿se lo merece?, ..., pues entonces no pienses. No pienso...
Noche sin luna, noche de estrellas. Le gustan las noches así, cuando el cielo se traza a si mismo y las estrellas parecen el retrato luminoso de una descarga de luz.
Ocho horas de viaje. Ocho horas de añorar. Ocho horas para asomarse a un recuerdo, ocho horas para sentir que le sobra la vida y le faltan los brazos. De no abrazarle. Y le faltan los labios porque le falta su boca. Le falta.
Mírame a aunque no te mire. No pienses, no recuerdes... ahora no puedes permitirte eso.
Viajará sin pensar asomada a la ventanilla, intentando no recordar, sudando sin notar calor, apretando las manos sin sentir sus dedos, mirando sin ver el paisaje de mediados de julio, amarillo y doliente, triste y oscuro, pero silencioso.
Hay que aprender a darse cuenta de que mañana puede ser el último día y puede que no regresen de un viaje que emprenderán con la esperanza de volver aunque el entusiasmo les haga creer que es posible el regreso.
No regresaran. No regresará porque no quiere pensar, porque no puede hacerlo.
Nunca.
Y sin pensar se dará cuenta de que le ha esperado, le ha esperado más tiempo del necesario, más de lo que él se merece, más de lo que nadie se merece; le ha esperado bajo el mismo sol que compartieron un día, la misma luna que hacía aclarar los mismos edificios, las mismas estrellas sonrientes, sin embargo ellos, los de entonces, ya no son los mismos.
Y ahora que ya lo ha dicho se relaja y suspira. Media sonrisa le ilumina la boca. Cierra los ojos.
Y le resbalan, ya sin pensar dos lágrimas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario